Esa mañana era uno de esos días que salir de la cama para enfrentar la vida, resultaba muy difícil. Y lo peor de todo es que sentirse así, la hacía pensar que era una persona egoísta y poco agradecida, ya que en su vida las cosas iban bastante bien, desde su perspectiva tenía una vida común, sin muchos lujos, pero cómoda, tenía sus afectos, amigos y familiares a los que amaba, un trabajo que le permitía subsistir; en fin, era algo para agradecer. Sin embargo, las mañanas la golpeaban con un olor agridulce, y eso la hacía sentirse culpable por su incapacidad de ver todo lo bueno.
Luego de prepararse unos mates, uno de sus placeres matutinos, miró alrededor de su monoambiente, perdido en el océano de viviendas y edificios que se observaban por la ventana, y se sintió ahogada, entonces decidió salir a caminar.
Era un domingo lluvioso y encapotado, pero de cierta forma ese clima le generaba placer, iba más con ella, que aquellos días soleados llenos de luz y colores. Se puso su piloto, por si la lluvia volvía a arremeter, se colocó sus auriculares y emprendió el camino avenida abajo. La realidad es que no había un rumbo o un destino, el plan solo era caminar.
Perdida en sus cavilaciones, nunca se dio cuenta que el camino que seguía se alejaba de esa ciudad ruidosa y abarrotada, que deja poco espacio para el silencio y la tranquilidad.
De repente, el aire dejó de ser denso y asfixiante, y comenzó a sentirse fresco, liviano y plagado de aromas deliciosos, los caminos dejaron de ser de asfalto, para convertirse en senderos naturales, bordeados por plantas y flores que no recordaba haber visto en la ciudad en que vivía.
Al mirar alrededor descubrió que el océano de edificios había sido sustituido por grandes árboles verdes y frondosos que inundaban el aire con sus perfumes y su oxígeno refrescante. Ya no se oían los ensordecedores sonidos de automóviles, bocinas, máquinas de construcción y ese rumiar constate de charlas, discusiones y gritos de personas viviendo a una velocidad descontrolada, por el contrario se escuchaban bellos cantos de aves y otros sonidos que desconocía, pero que juntos creaban una melodía apaciguadora.
El tiempo parecía no existir ni transcurrir en aquel lugar. Era como un paraíso, pero como cuando algo parece demasiado hermoso para ser real, comenzaron las resistencias y los temores, por no saber dónde estaba o como había llegado hasta allí. Finalmente también comenzaron las recriminaciones hacia si misma por ser tan distraída y poco precavida, por no prestar atención a lo que hacía, y como siempre que se abre la puerta de la crítica la lista comenzó a crecer, terminando con la
conclusión de que era un fracaso y que en su vida siempre todo iba a ir mal por su culpa.
En este estado de abatimiento y miedo, comenzó a buscar ayuda para poder volver, sin darse cuenta que se adentraba más y más en ese bosque. Luego de vagar mucho tiempo, o tal vez no, era muy difícil medir el tiempo en ese lugar, visualizó una
hermosa cabaña hecha de troncos y de la que salía una hermosa y cálida luz. Apuró el paso para ver si allí había alguien que pudiera ayudarla.
Al llegar golpeó la puerta pero nadie contestó, sin embargo notó que estaba abierta, así que la empujó suavemente para ver si había alguien dentro. La cabaña era pequeña, pero acogedora, todos los muebles eran artesanales y estaba iluminada por
velas, por lo que pensó en ese momento que aquel lugar no contaba con electricidad. Los aromas que envolvían el espacio la llevaban a su infancia a los momentos felices atesorados en su corazón. Estar ahí le producía una sensación de familiaridad y
alegría que la desconcertaba.
Abrumada por esas emociones, no notó que alguien entraba hasta que la escuchó nombrarla:
-Hola Alba, hace mucho esperaba tu visita.-
Sobresaltada por esa voz, se giró rápidamente para enfrentar a la dueña de casa y pedir disculpas por entrar sin permiso. Aún no se había percatado que la había llamado por su nombre.
Al girarse se encontró con una anciana de cabellos blancos muy largos perfectamente trenzados y vestida como de otra época, como salida de un cuento de esos que leía de niña. No la había visto nunca, de eso estaba segura, un personaje así no se olvida tan fácilmente, sin embargo había algo familiar en su mirada, como si fuera alguien que la acompañó toda su vida.
Ante el silencio de la joven y disfrutando de la expresión de sorpresa en su rostro, la anciana repitió su saludo haciendo hincapié en su nombre.
-Hola Alba, ¿te encuentras bien?, no te asustes, te estaba esperando.- y sonrió dulcemente mientras hacía un gesto para que tomara asiento en uno de los bancos de madera que había alrededor de una mesa; sobre la que se veían muchos libros, papeles desperdigados y hierbas secas.
Mientras tomaba asiento se dio cuenta que las dos veces la había llamado Alba, entonces con el hilo de voz que logró emitir, preguntó:
-¿Cómo es que me conoce?, ¿Por qué sabe quién soy? y ¿Cómo llegué hasta aquí?
La anciana sonrío y sintió ternura por esa joven que había olvidado su sabiduría y el camino a casa. En silencio y ante la actitud expectante de Alba, la anciana tomó una tetera de agua caliente con un aroma delicioso y vertió el contenido en una taza que le ofreció; era un rico té de hierbas naturales, que la joven acepto también en silencio.
-Alba – dijo la anciana – sé que no me recuerdas, suele suceder esto, pero nos conocemos desde siempre. De pequeña solías visitarme y creábamos historias hermosas, hablábamos de tus sueños de ser escritora y contar historias mágicas que alegraran la vida de las personas, que les recordaran quienes son. ¿Lo has conseguido?, hace tanto tiempo esperaba volver a verte, y saber que seguiste tu corazón.
Alba no comprendía nada de lo que esa señora decía pero algo de sus palabras hacía que sintiera muchas ganas de llorar. Y entonces recordó sus sueños de niña, la alegría que sentía al crear historias, personajes, mundos y universos donde todo era posible.
Luego también recordó como todo ese entusiasmo se fue diluyendo, como dejó todo eso de lado, para hacer algo serio y productivo con su vida. Por eso siguió la carrera familiar, estudió contaduría y entró a trabajar en una oficina de gran renombre, pero en la que ella nunca prosperaba, jamás llegaba su ascenso o una mejor oferta, a pesar de sus esfuerzos. Tenía un puesto mediocre, con tareas rutinarias y aburridas y un salario que alcanzaba.
Recordó también cuando empezó en ese trabajo, sentía que iba a comerse el mundo, era una de las mejores oportunidades, recién recibida y creyendo o queriendo creer que la apasionaba su profesión y sus perspectivas de futuro. Con el tiempo se dio cuenta que esa actuación la desgastaba, la consumía, que su carrera la aburría no la llenaba, pero pensaba – para convencerse – que al menos tenía un trabajo y una carrera respetable. Poco a poco su fuego se fue consumiendo y todo se volvió mecánico y rutinario, sin emoción, solo un transcurrir de la vida.
Mientras Alba pensaba en todo esto, la anciana aguardaba en silencio, de pronto la joven rompió en llanto, algo se quebró. Y lloró libre y tranquilamente, era un llanto que traía una sensación de alivio, no como el de todas las noches en que se dormía
llorando, ese solo la ahogaba aún más.
Cuando logró calmarse, enfrentó los familiares ojos de la mujer y contestó: -Lamento decepcionarte pero nada de eso ocurrió.
-Nada de eso ocurrió AÚN- dijo la anciana con una sonrisa.
Alba la miró desanimada y con un suspiro dijo: -Ya es muy tarde para mí, no hay mucho que yo pueda hacer solo aceptar mi realidad.
Entonces la anciana preguntó: – ¿Sabes lo que significa tu nombre?-
No – contestó Alba.
Tu nombre quiere decir “Amanecer”, “Aquella que ha nacido con la luz del alba”. Y el amanecer nace cada día, no importa que tan oscura haya sido la noche, siempre vuelve a nacer. ¿Por qué crees que tú no puedes renacer cada día? Todo lo que fue ayer, es tu camino, pero no tú hoy, si bien te trajo hasta aquí, tú escribes por donde sigues. El mapa lo estás dibujando y puedes cambiar el destino cuantas veces lo desees, todos los caminos enriquecen ese mapa, ninguno es incorrecto. Solo tienes que seguir una brújula, y es esa que vibra dentro de ti, que da el impulso y genera el deseo, si eso está presente, entonces estas frente al camino correcto para ese momento. No hay un solo camino, confía en los ojos de tu alma y siempre llegaras a destino.
Y no te asustes si aparecen dificultades, porque existirán y son necesarias, no hay mapas sin accidentes geográficos, pero ellos forman la belleza del paisaje, nunca vas a estar frente a algo que no seas capaz de afrontar, por difícil que parezca.
Las sombras y la oscuridad también serán parte necesaria del camino por que sin oscuridad no habría luz, una forma parte de la otra, son distintas caras de una misma moneda, solo hay que saber integrarlas.
Alba oía todo esto absorta y esperanzada, no sabía cómo ni por dónde empezar, pero quería hacerlo, necesitaba hacerlo, entonces dijo: -Solo quiero saber una cosa, ¿Quién eres? y ¿Por qué sabes tanto de mí?
-Soy la antigua Sabia que habita en ti, soy la información disponible que aparece cuando la necesitas y la pides con el corazón, soy la sabiduría que existe en todas las personas pero que pocas se animan a escuchar. Siempre voy a estar aquí cuando me busques. Pero ahora debes volver a completar tu mapa y recorrer todos los destinos posibles que tu corazón elija. – luego de estas palabras la anciana abrazó fuertemente a la Alba, dejándola con una sensación hermosa de paz.
De repente, de un instante a otro el sonido volvió a ser ensordecedor, y los acordes de la música que sonaba en sus auriculares la trajo de vuelta a la realidad. Estaba sentada en un banco de plaza, con el rostro bañado por las lágrimas, pero con el alma liviana y tranquila como quien encontró lo que buscaba hace tanto tiempo.
Ahora no veía el gris del cielo como algo agobiante, sino como un color más, hermoso y mágico, como todos lo que pintarían su vida de ahora en adelante.
No estaba segura de lo que traería el futuro, pero por primera vez esa incertidumbre no la inquietaba, porque sabía que renacería cada día como el Alba.
Samanta Lopez Collazo