La infancia es de un estado de vulnerabilidad muy grande, la niñez es un tiempo para la psiquis difícil, es ir despertando a una vida en la que no tenemos ningún dominio de nuestro cuerpo, nos caemos, no tenemos equilibrio, todo lo vamos adquiriendo, y es inevitable el dolor y la confusión.
Este tipo de despertar a la vida es traumático y nos pasó a todos, y seguirá pasando, es nuestra condición de seres sintientes en un mundo que desconocemos. Este tipo de situaciones son las que nos templan, vamos desarrollando carácter y aprendiendo de consecuencias. A medida que crecemos el pasado se va acumulando adentro, las experiencias se apoltronan en nuestro interior y con suerte les podemos poner orden o no. La vida nos toca, nos marca.
Por otro lado, tenemos variantes, mayor o menor violencia, más o menos familia, más o menos dialogo, gritos, abusos, mal tratos. Y de acuerdo a los gradientes de estos malos tratos, se estructurarán traumas con los que tendremos que convivir y trasformar en la medida de lo posible para tener un buen pasar.
Cuando existen agresiones concretas que afectaron el cuerpo físico emocional y/o psíquico de las personas, estamos delante de una fuerza ancestral que posibilita que la situación traumática suceda. Este tipo de trauma deja huellas difíciles de atravesar.
Cuando el peso de un trauma es sistémico, es decir son muchas generaciones del mismo sistema que han vivido las mismas situaciones, debemos abordar terapéuticamente el trauma ancestral, aunque no sepamos nada sobre la vida de nuestros ancestros.
A través de las representaciones en las Constelaciones Familiares, podemos ver la dinámica sistémica e identificar nuestra lealtad ciega con cuál o cuáles personas del árbol familiar nos encontramos implicados, es decir por destino nos han tocado compensar. Identificarlo no nos libera, pero si nos da conciencia de una fuerza más grande y llegamos a comprender que nada fue personal, no fue a “mi” que me lo hicieron, si no que se cumple un destino más grande, hasta que un miembro del sistema se vuelva consciente y lo cambie.
Este es el camino para desandar la víctima que llevamos dentro y desarrollar la fuerza de supervivencia que la misma experiencia trae. Porque es innegable la fuerza que tiene un sistema familiar que ha tenido que sobrevivir.
Las situaciones difíciles de nuestra vida, no están ahí para matarnos, se cumplen para ser reconocidas y cambiadas.
Nos guste o no, estamos hechos de destinos sistémicos, donde la individualidad está al servicio de todos los miembros del clan. Es nuestra importancia personal la que nos impide vernos como sistemas y entender que estamos al servicio. Esta ceguera puede ser muy cara en algunos casos.
Por otro lado, en las situaciones negativas se encuentran a su vez las fuerzas positivas, la Vida no nos deja solos, siempre aparece la ayuda necesaria en el momento justo, solo hay que prestar atención para darse cuenta de esto y no creer que sobrevivimos solos, la Vida siempre nos aportó lo necesario.
Creo que tenemos que dialogar más con nuestros traumas, quererlos y cuidarnos. Habitar lugares y personas que nos refuercen lo positivo que tenemos, si alguien toca nuestra herida entonces no es una relación para quedarse. La herida no se trasciende porque la abrimos a cada rato, la herida se trasciende porque nos relacionamos de maneras saludables. Cuando estamos en una situación difícil y dolorosa, podríamos practicar hacernos preguntas: ¿en qué rol estoy ubicado en esta situación? ¿cuál es mi parte en esta situación? ¿puedo correrme de ese lugar, quiero correrme? ¿todavía creo que me sirve este rol?
Algo muy importante: evitemos responder rápido y evitemos querer tener razón a toda costa. Si esto lo tengo presente, la respuesta va a ser incómoda, y esa será la señal de que nos hemos respondido bien.
¡Hasta la próxima!
Ros Gargano